Llevaba días tratando de escribir algo sobre Puerto Rico, ese pequeño paraíso caribeño, terruño de solo 100 x 35 millas que es la más pequeña de las Antillas Mayores, la más grande de las Menores y que cuando hablo de “casa”, me refiero a ella. Ese pedacito de tierra que alberga algunos de mis más grandes amores. Quería escribir algo tan inspirado en ese amor inexplicable que uno siente por la tierra que lo vio nacer, como un Juan Antonio Corretjer de la vida, que se inspiró en el nombre taíno de la isla al escribir líneas tan gloriosas como:
“Y gloria a las manos, a todas las manos que hoy trabajan
porque ellas construyen y saldrá de ellas la nueva patria liberada.
¡La patria de todas las manos que trabajan!
Para ellas y para su patria, ¡Alabanza!, ¡Alabanza!”
Pero yo no soy Corretjer. Soy una “amateur blogger” con un par de artículos publicados que la hacen sentir como la gloria. Pero sentía casi una obligación moral de expresar en una especie de carta de amor, ese sentimiento hacia mi tierra. La tierra de mi papá, cuyas cenizas volaron en uno de sus lugares favoritos, la Bahía de San Juan. La tierra de mis abuelos Ginés, del centro de las montañas de Ciales. ¿Pero cómo? Con estos sentimientos a flor de piel desde ese nefasto 20 de septiembre, que les cambió la vida a todos allá y a nosotros acá, ahora enfrentados a la incomunicación y al desasosiego de no tener noticias de los nuestros durante días y noches eternas. Cada intento desataba episodios largos de llanto.
El primer blog post que escribí como introducción para “Los Viajes de Ginés” se llama “Soy Caribeña”, y es que uno es producto de su crianza, su familia y sus alrededores. Imposible ver esas imágenes del nuevo Puerto Rico y no conmoverse hasta las lágrimas al ver cada paisaje conocido, cada lugar amado, devastado por la fuerza atros de la naturaleza… Recordé casi como una película paseos de niña al Parque de las Palomas y luego paseos con mi hijo al mismo lugar; paseos a Salinas un domingo a comer empanadillas de chapín, y mi papá llamando al dueño del restaurante (que era su amiguito) a decirle que íbamos de camino y salían a pescar el chapín fresco para nuestra llegada. Viajes en jeep y 4×4 a la montaña a comer y oír música en vivo de trovadores. Llevar a nuestros turistas con orgullo al Museo de Arte de Ponce y al Parque de Bombas. Nuestro trabajo de grado de la universidad que fue grabado con amigas y ahora son como hermanas en la locación más bonita: El Castillo Serrallés. Alejandro soplando burbujas en el Parque Muñoz Rivera, el mismo al que me llevaba mi mamá. Llevar a mi tía Lilia al tour de Bacardí y pasar tres veces por el trago por la casa que se supone que era uno, pero ella sacaba unos cuantos. Caminatas incontables por el Viejo San Juan ya de grande y de adolescente noches de fiesta que hasta ahora siguen siendo las mejores. Camping en las playas más lindas (¡aunque ahora me gustan más los hoteles!). Perdidas por la Ruta Panorámica buscando el Cañón San Cristóbal. Corridas a caballo en Luquillo. Comida deliciosa en todos lados. Piraguas en el calor. Aprender a correr patines con mi prima frente a casa de mis papás en Summit Hills. El primer y doloroso amor. Mis paseos solitarios cerca de la universidad por Villa Palmeras a curiosear el mundo. ¡Cantar en el cine “los colores de mi tierra”! El lugar que te dio educación y te formó, donde tomaste grandes decisiones, algunas buenas, otras no tanto. Montañas verdes, las playas más lindas, flamboyanes florecidos, ríos que enamoran y recargan el alma. Es la cara de amigos. Es el recuerdo de la familia. Son tus raíces. Donde se aplaude cuando aterriza un avión. Donde te dicen “ay bendito” y “Dios te cuide”. ¡Cuna de artistas que le han dado la vuelta al mundo entero y han puesto ese pequeño 100 x 35 hasta en la China!
Que duro es verte lastimada y no poder hacer más…
Por supuesto, no soy la única que se siente así, ni mi dolor es peor que el dolor del que está allá pasando trabajos y necesidades y viendo nuestra casa así con total impotencia. Desde acá, había que dejar la pena y canalizarlo en acción.
Ya es casi imposible decir cuántas veces al día lloramos en los días post-María. Hace exactamente una semana, algunas de las estrellas más brillantes de nuestra isla movieron sus grandes influencias para producir un concierto y “teletón” que fue tan grande que, por primera vez en la historia, las dos cadenas hispanas más importantes de Estados Unidos transmitieron de manera simultánea. Es difícil de explicar la emoción de ver en vivo a un Pedro Capó y a una Kany García en un estadio [Marlin’s Park] completamente SOLD OUT, cantar “Cuando la soledad me arropa, cuando me siento sola entre ciudades, yo vuelo en un instante y vuelvo a ti”, de ver a un Vin Diesel pedir que prendiéramos las linternas de los celulares para mandarle luz a la Isla, de ver un mar de banderas en una ciudad que te ha adoptado, pero no es la tuya… De estar presente en lo que para mí fue de los momentos más emotivos de la noche: oír a Alejandro Sanz decir “alguien dijo que en Puerto rico se habían quedado sin luz, yo digo que se quedan sin electricidad pero sin luz es imposible porque la inventaron ellos”. Y ese cierre que muchos vieron, un Marc Anthony visiblemente emocionado cantando el segundo himno de Puerto Rico, la oda a la patria del jibarito Rafael Hernández, “Preciosa”.
No, los de “acá” no estamos haciendo fila ni pasando calor y les puedo confesar qué hay un “survivor’s guilt” enorme, pero les juro que estamos con ustedes. Con el dinero de esa taquilla, coordinando donaciones, editando comerciales, de formas tal vez invisibles para ustedes, estamos ahí. Con el pecho apretado todo el tiempo. Haciendo llamadas para conseguir un avión que llegue. Pensando en todos los contactos que nos hemos cruzado en esta vida a ver qué más se puede hacer en esta breve pero angustiosa distancia. Buscando impactar de forma más directa, tratando de evadir la burocracia y la corrupción que tristemente es parte de nuestra idiosincrasia; en términos de nuestra industria, manteniendo la isla en “top-of-mind” del mundo. Han sido días duros, para todos, de maneras muy distintas.
Ese mismo poder de la música es grande. Esta semana también tuve la oportunidad de ver a la diva ponceña, Ednita Nazario, recibir un premio en La Musa Awards aquí en Miami. En su discurso, dijo entre lágrimas “es un privilegio para mi llevarme a casa este premio… una casa maltrecha, una casa lastimada, pero una casa que yo se que con el amor de ustedes, con el apoyo de todos nuestros hermanos de la diáspora y de los puertorriqueños que estamos allá, que la vamos a luchar hasta el último día de nuestras vidas, yo sé, tengo toda la fe que nos vamos a levantar, más lindos, más bellos, más felices que nunca, porque Puerto Rico va a volver a brillar”.
Yo tengo la misma fe.
Y les puedo asegurar que aunque sientan desfallecer, no están solos. Porque desde ese 20 de septiembre, nuestro corazón no ha salido de Puerto Rico.